El fin de la educación es desarrollar al máximo las posibilidades de cada uno

domingo, 2 de diciembre de 2007

La Convivencia

LA CONVIVENCIA
El hombre como ser social no puede dejar de abrirse a los demás, de compartir su vida con los otros, de proyectarse en los otros y de comunicar sus sentimientos y pensamientos. En esta proyección hay una dimensión afectiva y otra cognitiva. La convivencia es un arte al que todos tenemos acceso. Es la llamada urbanidad que en todo momento puede ser aprendida y enseñada. Uno de los pilares fundamentales en los que se basa este saber vivir con otros es el de querer el bien para los demás. Significa que no queramos para los demás algo que no querríamos para nosotros mismos, nada que les pueda perjudicar, hacerse sentir mal, o producirles algún tipo de daño. Significa ser amable, o sea, hacer la vida agradable a los demás, tener simpatía por ellos, compartir sus sentimientos. Es el ejercicio del bien lo que genera un ambiente de paz en cualquier sitio en que nos encontremos. Como en todo arte, parte del éxito reside en la sensibilidad que se tenga de manera innata, aunque no es de lo único de lo que dependen las buenas experiencias con los otros, a demás, ésta puede ser educada. Otra parte del éxito en esta empresa reside en la inteligencia, y nunca podemos prescindir de la cultura que se tenga para asegurar una buena convivencia y que ayudará a prevenir antes que tener curar. Estos tres factores dictarán a cada uno, en cada momento que comparta con otros, lo que debe y lo que puede hacer. Supone un autocontrol en lo que se dice y en lo que se hace, que puede ser reforzado mediante la reflexión. La reflexión nos enseñará a pensar antes de hablar o de hacer algo, a saber callar, a apreciar el silencio en determinados momentos en los que es necesario; en definitiva, a ser responsables de lo que decimos y hacemos. Poco a poco iremos consiguiendo un auto-conocimiento y una auto-censura. Otro de los pilares en los que se basa la buena convivencia es el respeto, esto es: tener en cuenta la dignidad de los otros, tener presente en todo momento que nadie es menos persona que nosotros -o que cualquier otro- sino que por el simple hecho de ser persona merece ser tratada como tal. Si se respeta, no se hace acepción de personas, no se discrimina, no se valora a las personas por lo que tienen, sino por lo que son… El respeto incluye prestar atención a los demás, tratar de comprenderlos, tener generosidad con ellos, saber escuchar y meditar lo que nos llega de fuera. El hecho de mostrar indiferencia es el comienzo de una ruptura del tejido social, debemos mostrar interés por aquellos que nos rodean, reconocer la irrepetibilidad de los encuentros que más o menos comúnmente tenemos con otros a lo largo de los días; no se trata de ceder derechos, sino de ver, inteligentemente, lo bueno y bonito que siempre hay en los demás, lo que acaba por llenar de alegría cualquier corazón. Parte del respeto que se tiene hacia los demás consiste en ser sincero con ellos, compartiendo nuestros sentimientos, haciendo uso de la propia autenticidad, haciendo un sincero intercambio de afectos. Esto es la convivencia: compartir ideas, afectos, conversar, escuchar. Pero este es sólo el primer paso, porque después de escuchar podemos, o no, estar de acuerdo con esas ideas u opiniones, y tolerarlas es lo que podría ser más difícil. Examinar nuestro deseo de dominio es una buena idea para reconocer la libertad de los otros. A veces podemos caer en un anquilosamiento de nuestras ideas que nos lleven a un autoritarismo hacia los demás, por ello, revisar nuestra cultura, alzar la vista al mundo real es tan necesario para no caer en prejuicios y fomentar la democracia. Es muy importante saber que nos podemos hacer entender en cualquier caso: ‘la vida es magia en palabras’, sólo hay que buscarlas. Haciendo referencia a la dimensión cognitiva de nuestra proyección sobre los demás, es necesario poner orden en los contenidos del pensamiento para decir lo que queremos decir y en el tono que lo queremos decir. Si pensamos antes de hablar, haremos entender a los demás justo lo que queremos decir sin dar lugar a confusiones. La precisión de nuestro vocabulario se enriquece con la lectura y en las propias conversaciones que mantenemos a diario, por eso la cultura es tan importante. Así mismo, para hacerse entender es necesario hablar de manera clara, vocalizando y hablando despacio para dar la importancia necesaria a las palabras que decimos. Esta actitud transmite paz a quien nos escucha y una predisposición para hacernos más caso y centrar su atención en lo que decimos. Fomentar el diálogo empieza por la abertura de cada uno y la capacidad de ceder su espacio a los otros. De esta manera se puede llegar a los consensos necesarios para solucionar cualquier conflicto y hacer una convivencia más fuerte. Algunos obstáculos para la convivencia pueden ser: - En ocasiones la televisión es un muro que nos separa de una comunicación abierta y fluida con los que tenemos más cerca. La convivencia no es sólo estar físicamente con los otros, sino estar espiritualmente, haciendo intercambio de palabras, de las razones que nos mueven a actuar de una manera y no de otra, de darnos a conocer. La televisión, a demás de hacer de interferencia en la comunicación, nos priva de vida interior y disminuye nuestra fuerza de voluntad. - La susceptibilidad es otro enemigo de la buena convivencia. Es aconsejable presuponer la buena fe de los demás y su buena voluntad a la hora de actuar. Lo contrario nos llevaría a un estado de permanente desconfianza e incomodidad que nos alejaría de los otros. - El egoísmo o egocentrismo que lleva a considerarse a uno mismo como centro de todas las conversaciones, a no querer saber nada de los demás sino expresar continuamente opiniones subjetivas, supone falta de respeto hacia los demás al no pensar en ellos y en lo que les pueda interesar. - La murmuración supone insinceridad, y por ello no favorece el clima de bienestar necesario para la convivencia, a demás de faltar al respeto de aquel de quien se habla mal y a sus espaldas. Este es un artículo basado en el libro La Convivencia de Miguel- Ángel Marti García (1995) Ed. Eunsa.

No hay comentarios: