Es inevitable que se presenten conflictos en la vida en común. Generalmente el conflicto se ve como algo negativo que habría que suprimir de nuestros entornos. La palabra misma parece tener un matiz peyorativo en nuestra cultura, estigmatizando de esta manera a quienes lo generan por el hecho de alterar el supuesto equilibrio en el que se mantiene la sociedad.
Pretendo presentar al conflicto desde otro punto de vista, desde su cara positiva, diferenciadora, posibilitadora de cambios y generadora de acuerdos y entendimiento colectivo.
El conflicto, decía, es inevitable en cuanto que surge de la variedad de puntos de vista, valores, creencias e incluso intereses de las diferentes personas individuales.
El conflicto puede incluso ser con uno mismo en cuanto que son muchos los intereses que nos hacen movernos en una dirección y no en otra. Es en la elección y en la búsqueda de acuerdos o puntos medios donde el conflicto queda resuelto, no suprimido. Es, en todo caso, una oportunidad de crecimiento.
Sin embargo, el conflicto puede también surgir entre personas o colectividades más o menos reducidas en cuanto que los intereses de unos se presentan como obstáculos para el logro de las metas o intereses del otro. Es inherente a cualquier situación de convivencia en cuanto que dos personas no son jamás iguales al 100 %, y las diferencias suelen crear desacuerdos. Es en este aspecto donde el conflicto supone una oportunidad para mejorar la convivencia y el bienestar general siempre que sea tratado de la manera correcta. El conflicto supone siempre un desequilibrio de la situación anterior, o al menos una intención de re-equilibrio que se logrará en cuanto se consiga poner orden entre todos los proyectos o ambiciones.
Es a través de estas inquietudes personales como podemos empezar a comprender las formas de relación que se producen en distintos ámbitos. Las personas que comparten intereses pueden unirse de manera más menos estable para defenderlos, formando pequeños grupos dentro de uno más grande que persiga objetivos más generales.
Otras veces los conflictos no se expresan abiertamente, subyaciendo bajo la superficie de los acontecimientos diarios, y es en estos casos cuando pueden ser extremadamente difíciles de identificar y solucionar.
Una vez se hace clara y evidente la existencia de un conflicto puede ser tratado de diferentes maneras dependiendo del contexto en el que se presente el conflicto:
Puede ser un contexto que interfiera en la solución de los conflictos porque se los considera
algo improductivo e incluso destructivo, se descalifica y tiende a evitarse. Se suele pasar por alto esta situación pretendiendo que no existe, desviando la atención hacia otros asuntos para no afrontarlos. Se elude o minimiza quitándole importancia sin llegar a poner medios para que se arreglen las diferencias. Esto puede dar lugar a que el conflicto se agrave o a un estancamiento general de la organización.
- Hay contextos más individualizados en los que se tiende a defender los intereses personales y no se respetan las opiniones ajenas. El conflicto representa una amenaza y se suele abordar mediante la confrontación: así se pretende reafirmar la posición propia, dejándola clara pero sin ninguna intención de ceder, de escuchar o de negociar. Puede imperar la ley de la jungla, en la que el más fuerte gana, perpetuando una situación de vencedores y vencidos, ganadores y perdedores en la que los intereses de unos priman sobre los intereses de otros (los menos fuertes), o bien puede que el conflicto llegua a institucionalizarse sin llegar jamás a un acuerdo.
- Otro contexto sería aquel en el que se ve el conflicto como algo productivo, natural, e inherente a cualquier relación interpersonal. En estos contextos hay intención y disposición personal para manejar el conflicto de manera que suponga un avance. La forma de hacer frente al conflicto sería negociar a cerca de los intereses. Mediante el diálogo (que implica tanto exponer la postura propia como escuchar y respetar la opuesta) se llegaría a un acuerdo o arreglo entre las partes. Este consenso supone que cada uno de los implicados tiene que ceder respecto a sus objetivos -al menos en ciertos aspectos- y manteniendo otros. En este mismo contexto puede suceder también que haya voluntad de resolver los conflictos pero no se tengan los medios para hacerlo. En este caso se suele recurrir, de mutuo acuerdo, a ayuda externa, bien como consejero o mediador para la búsqueda de soluciones, bien como dictador imparcial de lo que deban hacer (se suele elegir a una autoridad), o simplemente para aliviar posibles tensiones que se produzcan pero sin llegar a un acuerdo.
Enfocando este tema hacia la educación formal y centros escolares, conviene que en los currículums de los centros se incluyan capacidades de resolución de conflictos por vía pacífica. Habilidades como la escucha, el trabajo colaborativo, saber ponerse en el lugar del otro, la serenidad ante situaciones difíciles... han de ser desarrolladas por los docentes en los centros educativos.
Como conclusión tengo que decir que aprender a vivir con los conflictos es parte del crecimiento y maduración de la persona y de cualquier organización y supone aceptar y reconocer la diversidad de opiniones.
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